Hay procesos en los que el primer paso de la sanación es sencillo, pero profundo:
Reaprende a sentirte seguro en tu propio cuerpo.
Respira tranquilamente.
Ralentizar el sistema nervioso.
Dale tiempo al cuerpo para que vuelva a confiar en que está vivo.
En estos casos, la integración se produce en el territorio del silencio y del apoyo.
En el espacio seguro donde el cuerpo, poco a poco,
permite sentir lo que antes tenías que congelar.
Es un retorno al hogar interior.
Cada pequeña presencia que regresa es una victoria.
Pero hay otros momentos en que el sufrimiento se repite como un ciclo sin fin.
La persona ya entiende su historia, ya ha puesto nombre a sus heridas.
pero todavía está atrapado en el dolor, identificado con la trama,
atrapado en el mismo patrón que insiste en repetirse.
En estas situaciones lo que falta no es más análisis,
pero perspectiva.
Una mirada que puede ver la historia desde fuera,
con más espacio, más compasión y menos identificación.
Aquí es donde expandir la conciencia puede ser un gran aliado.
No como un escape,
sino como herramienta de integración.
Amplía la percepción, disuelve límites rígidos.
y permite a la persona acceder a aspectos de sí misma que estaban olvidados.
o encerrados por miedo.
Cuando hay presencia, seguridad y un campo terapéutico acogedor,
La expansión se convierte en integración.
Lo que una vez fue un fragmento encuentra su lugar.
Cuerpo y alma vuelven a hablar.
En mi enfoque, cada viaje es verdaderamente único.
Algunos necesitan aterrizar primero.
Otros, ábranse a lo nuevo.
Pero todo el mundo necesita presencia.
de un espacio donde el cuerpo puede confiar
y el amor vuelve a circular.
Porque integrar el trauma es esto:
vivir de nuevo.
Mirando tu propia historia con amor.
Y descubrir que, detrás del dolor,
Siempre ha habido vida queriendo florecer.